Lo más temido
La oscuridad se tragó la luz. El mundo se convirtió en un lugar
negro y frío. El cambio fue tan rápido como un cohete. Aún resonaban las
últimas palabras de consuelo en sus oídos. Unas palabras que le ayudaban a
calmar el creciente temor. ¿Pero durante cuánto tiempo? Con cada minuto que
pasaba, la penumbra se hacía más y más pesada. Parecía caer sobre él como un
cubo lleno de arena. Con cada segundo que transcurría el aire parecía irse más
y más lejos. Y lo peor de todo: los ruidos. Ruidos más nítidos a cada milésima
de segundo. Chasquidos. Fuertes alaridos. Golpes.
Los temblores no tardaron en dominar su cuerpo.
O tal vez habían estado todo el tiempo y hasta ese momento no los había
percibido. Cerró los ojos para dejar de escrutar la impenetrable oscuridad.
Pero no encontró sosiego. Tras los párpados, su mente giraba y giraba. Un torbellino
de horribles imágenes lo atormentaba. Monstruos surgiendo de la nada.
Tentáculos. Manos blancas que trataban de agarrarlo… No podía más. Tenía que
hacer algo… Sintió húmedas las mejillas, pero también las piernas. Tenía que
salir de allí.
Retiró las sábanas y de un saltó bajó de la
cama. Un trueno enmudeció el espantoso sonido del viento. Y un pequeño grito
salió de su garganta. Sin pensar en nada más que en huir, con una extraña orientación,
alcanzó la puerta. Antes siquiera de abrirla, ya gritaba presa del pánico:
¡MAMÁÁÁ!