sábado, 1 de agosto de 2015

Límites

A veces hay que afrontar el dolor


Siempre me han gustado tus caricias. Lo sabes, ¿verdad? Claro que sí, ¿cómo no ibas a saberlo? Sabes bien que el solo hecho de rozarme con las suaves yemas de tus dedos era suficiente para excitarme. ¡Y me volvía loco cuando me abrazabas, acercabas tus labios a mi oreja, y mordías el lóbulo sin previo aviso! También deseaba que llegara la noche para recibir encantado tus delicados masajes en mi espalada. Mi Nana Especial, la llamaba yo, ¿te acuerdas?

Sin embargo, ahora es diferente, sobre todo por las noches. Hay veces que incluso no voy a casa: duermo en un hotel barato. Hay veces que incluso después del trabajo, me quedo en un bar bebiendo hasta encharcar mi sangre en alcohol.

Me duele reconocerlo tanto como confesarlo, cariño, me duele hasta desear abrirme el pecho con las uñas y arrancarme el corazón, pero he de hacerlo. He de rogarte que pares, por favor. Para, porque todas tus suaves caricias, todos tus traviesos mordiscos, todos tus masajes nocturnos ya no me gustan. ¿Por qué?, te preguntarás.

Porque, mi amor, cada vez que lo haces, recuerdo todos esos momentos, momentos que fueron mucho más cálidos cuando estabas viva. 


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