sábado, 28 de febrero de 2015

La Obra

¿Hasta dónde están dispuestos a llegar?



—¿En serio?

Su compañero estaba totalmente pasmado, tanto, que faltaba poco para que la baba que bailaba sobre su labio inferior se precipitara. Su rostro era una máscara de incredulidad  y estupefacción. Le acababa de revelar la verdad de lo que estaba viendo. La realidad de su Obra, aquella en la que había trabajado clandestinamente durante casi trece años.

Él  asintió sonriente y un tanto nervioso.

La mente del asombrado compañero no dejaba de cavilar, de unir piezas que por más que lo intentaba no lograba encajar, de atribuir la lógica a teorías imposibles. Había ido al sótano de la casa de su amigo para ver una extraña y distópica película fantástica… y ahora le acababa de decir que en realidad no se trataba de una película.

Como el creador de la Obra veía que su compañero aún dudaba, apagó el monitor y descorrió la cortina negra.

Al ver lo que había al otro lado, la baba del científico finalmente se lanzó al vacío.

Sobre un sillón de cuero con posa pies, tumbado, yacía un hombre dormido con todo tipo de cables y dispositivos, los cuales estaban directamente conectados desde su cabeza y nuca, hasta el monitor en el que se acababa de proyectar lo imposible. 


jueves, 19 de febrero de 2015

Final sin fin

¿Y tú? ¿Tendrías el valor necesario?



La mujer llora en silencio. Las débiles llamas iluminan su rostro; tan demacrado y tan bello.

—No quiero ver a mi hijo morir —dice.

El hombre comprende; él tampoco quería, pero no había más remedio.

Besa a su mujer en los labios, y la abraza.

—Te quiero —le dice.

—Yo también.

Y aprieta el gatillo.

La llama disminuye y desaparece. Si hubiera leña, la reavivaría, pero no hay leña.

Ya no hay nada.

El hombre pugna por no llorar.



—¿Duele?

El chico no llora. Tiene siete años, y acaba de ver morir a su madre, pero el chico no llora. Tiembla ligeramente —una escena así no es agradable y la hoguera se acaba de consumir—, y el pensar si dolerá, le causa ansiedad y algo de temor, sin embargo no derrama una sola lágrima.

El hombre, por su parte, trata de evitar con toda su alma echarse a llorar. Lo que no puede controlar son los temblores, iniciados mucho antes de comenzar con todo aquello.

Mira al chico, y piensa si él también siente como si tuviera un agujero en el estómago, como si le hubiesen taladrado y vaciado las tripas. Había estado retrasando aquel momento mucho más de lo debido.

Estaban débiles, y lejos de cualquier otra localidad. Podrían haber guardado comida en una bolsa y haberse largado de allí, pero los suministros se habrían agotado mucho antes de llegar a cualquier sitio.

«¿En qué día me decidí a venir a vivir aquí?», se lamenta por enésima vez.

El chico le había preguntado si dolería.

—No más de lo que duele morir de hambre, hijo. No tengas miedo. —Amartilla la pistola. El chasquido destroza sus oídos y desquebraja su corazón. De nuevo.

—No tengo miedo —dice el chico con tono de protesta.

—Lo sé, hijo —logra sonreír el hombre.

—Sé que pronto volveré a estar con mamá. Y contigo.

El hombre no puede soportar más la presión que las lágrimas ejercen sobre sus ojos, y abraza al chico para que no le vea llorar. Se obliga a sostener la pistola con firmeza, y apoya el cañón en la parte posterior del cráneo del chico. Sorbe la nariz.

—Estoy preparado para el fin del mundo, papá.

—El fin del mundo pero no de nuestra vida juntos.

—El fin del mundo pero no de nuestra vida juntos.

Y aprieta el gatillo.

Un agudo pitido se introduce por su oído derecho y rodea su cráneo hasta instalarse en su cerebro. Su alrededor enmudece. Deja de oír, aunque no hay nada que oír.

Ya no hay nada.

Aprieta el cuerpo del chico contra el suyo y grita.

Hasta desgarrarse la garganta.



El reguero de sangre traza un siniestro camino. Desde los últimos rescoldos de la hoguera hasta la cabeza destrozada de la mujer una línea roja habla del inevitable final.

El hombre, apenas sin aliento de lo mucho que llora, con las mejillas brillantes de lágrimas, el rostro ceniciento y un agudo pitido en el oído derecho, posa el cuerpo del chico junto al de la mujer, temblando y arrastrando las rodillas en el parquét. Luego, él mismo se tumba al lado de ambos, desliza el cañón de la pistola entre sus labios azulados

(El fin del mundo pero no de nuestra vida juntos)

y aprieta el gatillo.

Si hubiera habido pájaros en aquel bosque que circunda la casa, habrían salido volando de las copas de los árboles, alarmados por el estridente sonido. Pero no hay pájaros ni copas donde ocultarse.

Ya no hay nada.

Los tres regueros de sangre se unen sobre el parquet. Como un abrazo eterno.


miércoles, 18 de febrero de 2015

Premio Black Wolf Award



Abrir la bandeja de ''Notificaciones'' y encontrarse con una nominación a un premio es algo que hace explotar dentro de mí un sentimiento de gratitud, reconocimiento, asombro, compromiso, ilusión y sueño cumplido.

Gratitud por la persona que me ha nominado, en mi caso María Peláez Arias, la ''mamá escritora'', a quien le doy miles -¿qué digo miles?-, millones de gracias.

Reconocimiento, pues esto ayuda a expandirse un poco más y a atraer más bloggers que como a mí, les gusta escribir y leer las historias de los demás.

Asombro porque para nada me esperaba que mi blog recibiera una nominación a un premio cuando lo cree hace ya algunos añitos.

Compromiso, pues ahora más que nunca, he de trabajar duro para mantener entretenidos a mis seguidores.

Ilusión que me hace amar más aún la escritura y lectura.

Amistad a distancia lograda mediante una carretera de letras que me separa de la gente que me lee y a la que leo.

Sueño cumplido, ya que una nominación a un premio así me recuerda que el sueño de ser leído y gustar a lectores se ha cumplido.

Las normas del premio son las siguientes:

1. Pegar en un lugar visible la imagen del premio.

2. Escribir y publicar lo que sientes, lo que te motiva este premio, y agradecer públicamente a quien te nominó.

3. Nominar quince blogs para el premio.

4. Notificárselo a sus autores.


Allá van mis quince nominaciones:

-María Peláez Aria (http://escritoramama.blogspot.com.es/)

-Isabel P. Salas (http://isabelpsalas.blogspot.com.es/)

-Carlos Dearma (http://karlosdearma.blogspot.com.es/)

-Jorge O. Iglesias (http://www.gallegorebelde.blogspot.com.es/)

-Jorge Valín Berreiro (http://brumasdegallaecia.blogspot.com.es/)

-Carlo Cantú (http://habitacionoculta.blogspot.com.es/)

-Federico Rivolta (http://relatosfr.blogspot.com.es/)

-Alonso Gaudionlux (http://laletrainsondable.blogspot.com.es/)

-Alejandro Gallardo (http://guionistacuentista.blogspot.com.es/)

-Ana Lía Rodríguez (http://cuentosnsk.blogspot.mx/)

-Ángela Fernández (http://eternidadseescribecontinta.blogspot.com.es/)

-Santiago Estenas Novoa (http://relatosantilogicos.blogspot.com.es/)

-Néstor Quadri (http://inquietudesliterarias.blogspot.com.ar/)

-Miguel Ángel (http://psychopulp.blogspot.com.es/)

-Fernando Mora (http://apocrifosycompulsivos.blogspot.com.es/)

Este blog tiene unos cuantos años, pero hasta hace poco no comencé a recibir visitas, pues no conocía bien este mundillo, por eso quiero agradecer a todos los que me leen su interés y amabilidad, y sobre todo, en este caso, volver a dar las gracias a la persona que me ha nominado, la cual me ha dado una gran alegría: María Peláez Aria.




sábado, 14 de febrero de 2015

Te perdono

Se me hace extraño contemplarte, hablarte, tocarte, sin obtener respuesta por tu parte.

Sigues siendo tan indiferente y egoísta como siempre. Sigues con esa mirada perdida en el vacío; más intensa ahora que nunca. Pero yo te quiero, cariño. Para mí siempre serás mi Dulce Fresita.

¿Te acuerdas? No te gusta que te llame «dulce bomboncito». Los odias porque engordan, y tú quieres estar tan esbelta como cuando tenías dieciocho años y nos conocimos. Yo encantado, pero tienes que comprender que el cuerpo cambia, y que a mí me da igual, porque, repito, te quiero.

Y por eso te perdono. Por eso me alegro de tenerte aquí a pesar de todo lo demás. Soy capaz de soportarlo, te lo aseguro.

Lo que no habría soportado, sin embargo, habría sido dejarte salir por la puerta sin más.


miércoles, 4 de febrero de 2015

Apagado

Cuando la niebla invade tu mente...


No sé cómo sucedió, pero cuando me quise dar cuenta, tenía la cabeza de mi mujer abierta entre mis manos, con la sangre formando regueros rojos sobre los nudillos.

Eso es lo único que recuerdo, eso y algo más que no logro entender por más que lo intento cuando puedo.

A veces ni siquiera lo recuerdo. A veces ni siquiera sé quién soy. A veces ni siquiera soy consciente de que he de ser alguien. Tan pronto estoy lúcido, como no estoy. Es como si estuviera apagado. Y es en esos momentos de lucidez cuando comprendo que he estado fuera de mí, y cuando recuerdo.

Recuerdo el largo cabello color azabache brillante y apelmazado. Un cabello brillante y apelmazado por la abundante sangre, enredándose entre mis dedos, agarrándolos como exigiendo clemencia.

Sé lo que pensáis: otro caso de violencia de género. Otro marido cabrón que ha matado a su mujer. Yo no recuerdo lo que pasó, pues lo que sucediera transcurrió en ese estado cada vez más frecuente en el que estoy apagado. Pero os aseguro, con lo que pueda quedar de mi corazón, que jamás había pegado a mi mujer, que jamás la había siquiera gritado.

La quería, de verdad. No la quería de esa manera hipócrita en la que las quieren los cobardes que maltratan a sus mujeres. No. La quería hasta tal punto de estar dispuesto a morir por ella; la quería hasta tal punto de dejarla marchar si con ello era más feliz, por mucho que me doliera. Y prueba de ello es también que en los momentos de encendido, lo único que hago es llorar, llorar por su pérdida y por lo que sin saber cómo, le hice.

Tal vez aún así no me creáis. Tal vez creéis que me volví loco, que algo falló en mi cerebro. Y estaríais en lo cierto si no fuera por dos detalles que revelan en lo que sospecho me he convertido.

El primero es que no solo me limitaba a sostener la cabeza de mi mujer abierta entre mis manos, sino que también devoraba su cerebro como un perro, mediante dentelladas, hundiendo mi cara en la abertura de su cráneo.

Y el segundo es que, asombrosamente, estaba fuera del lugar en el que me habían metido hacía dos días.

Mi ataúd.